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La importancia de tener alguien que te espere en casa

Desde pequeños nos damos cuenta de la importancia de tener a alguien esperándonos en casa. Mi hija, por ejemplo, entra en pánico cuando no hay nadie alrededor. A esa edad aún no sabemos bien por qué nos afecta tanto, pero interpretamos las señales con mayor intensidad. Por eso Helena entra en pánico. Siente esa ansiedad, que no es más que un subidón de energía que recorre todo el cuerpo y hace que la mente se revolucione, preguntándose ¿Dónde están todos? ¿Por qué yo no estoy con ellos? ¿Se fueron sin avisar? ¿Me abandonaron? ¿Y ahora qué hago?



Como en la infancia los que suelen esperarnos en casa son los padres o los hermanos, en la adolescencia queremos la casa solo para nosotros. Estamos cansados de ellos y de las preguntas ¿Dónde estabas? ¿Con quién estabas? ¿Por qué no viniste a comer? ¿Qué es ese olor a cerveza y tabaco? Queremos pasar la mayor parte del tiempo afuera de casa y llegar mientras todos duermen, para que no vean el estado experimental en que llegamos.



Ya en la etapa adulta hay distintos tipo de compañía. Si uno convive con sus amigos o compañeros de universidad, no puede esperar a la hora de llegar a casa y destapar una cerveza aún sabiendo que al otro día hay que rendir un examen. Llegar a la casa que se comparte con amigos es llegar a un asado improvisado, a un vibrante juego de cartas o a una guitarreada que se prolonga hasta el amanecer (o hasta la hora del examen).



Sin lugar a dudas, el mejor retorno a casa es el de la convivencia con la novia o con la esposa, luego de haberse casado recientemente. Horas antes de llegar a casa se preparan los encuentros con fogosos mensajes por celular. Todo el día en el trabajo esperando el momento para acariciar su piel, para llenarla de besos y para llevarla al cuarto a enredar sábanas toda la noche. En esta etapa se dan las cenas sorpresa y las celebraciones de aniversarios más ocurrentes. Los fines de semana no dan ganas de dejar la casa.



Cuando la pareja tiene uno o varios hijos, el centro de atención cambia de manera natural. El mensaje de “esta noche te espero en ropa interior” cambia por “no te olvides de comprar pañales”. La ansiedad del retorno a casa es por no perderse el primer paso o la primera palabra, para verlo babear, balbucear y esbozar sonrisas. La criatura no sabe todo lo que genera su presencia, acaso encandilado por la luz que brinda al hogar. Llegar a casa y ver la sonrisa de un hijo que te espera es una sensación incomparable.



Una vez que los hijos dejan el nido, el retorno a casa cuesta cada vez más. Quienes tienen la suerte de seguir en pareja tardan mucho tiempo en acostumbrarse a la nueva situación, hasta que redescubren esos pequeños rituales que mantuvieron viva la relación. Como la libido ya no es la misma, los vínculos más importantes se forjan al sentarse a tomar un mate en la galería del patio, o mientras escuchan las noticias preparando una picadita. Cada quien con su costumbre.



Sin embargo, no hay etapa en la vida que enseñe mejor la importancia de tener a alguien que te espere en casa como cuando uno está solo. Es bueno aprenderlo de joven, cuando se es saludable y ágil, cuando aún se mantiene la libido y la mente tiene más espacio para los sueños que para los recuerdos. No son pocos los casos de viejitos que mueren de tristeza después de perder a esa persona que durante décadas los esperó, primero semidesnuda, luego con un hijo en brazos, y finalmente con el mate listo. Yo no soy viejo y no tomo mate, pero mi ilusión es un día llegar a casa y que estés vos esperándome.



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