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Sobre la importancia de mirar a la luna 

Un hombre me enseñó, años atrás, que son los dormidos y desprevenidos los que caminan mirando al suelo. Para ellos se diseñaron las señales de tránsito que se escriben en el asfalto indicando hacia dónde mirar, para evitar el embiste de un automóvil. Para ellos se diseñaron las publicidades pintadas en la calle, para decirles en qué pensar. Los hombres que caminan mirando al suelo están enfrascados en su mundo interior, ten hermético y egoísta, que puede pasar un cometa por el cielo y ellos nunca lo verán.

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Los hombres despiertos, los hombres atentos, caminan con la frente en alto. De esta manera se dan cuenta de lo que ocurre a su alrededor y pueden ser espectadores o actores de las secuencias de la vida real, en lugar de vivirlas en sus cabezas. Un hombre con la frente en alto puede anticipar el choque de autos que está por ocurrir en una esquina. Un hombre con la frente en alto puede ayudar a una persona que tuvo un accidente. Un hombre con la frente en alto no pasa el día entero reprochándose la oportunidad perdida, sino que sigue adelante buscando aprovechar la próxima.

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Una mujer me enseñó, hace no mucho, la importancia de mirar a la luna. A través de ella podemos decirnos cosas sin hablar. A través de ella podemos sentirnos a más de mil kilómetros de distancia. Cuando nos cansamos de mirar hacia abajo, hacia nuestros pensamientos, o hacia el frente, hacia lo que ocurre en el vertiginoso mundo, miramos hacia arriba y allá está. Distante y flotando en órbita, ni tan lejos ni tan cerca, pero siempre acompañándonos por las noches. Cuando el mundo y los pensamientos me sobrepasan no me olvido de mirar hacia arriba, a ese espejo redondo que me devuelve el reflejo de la mujer que amo.

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