top of page

Capítulo Quinto

Al salir de su consultorio fui a dar unas vueltas para aclarar mi mente, todavía no me sentía preparado para volver a casa, ni siquiera para encender el celular. En vez de tomarme un minuto para reflexionar sobre lo que estaba haciendo, terminé metiéndome en un barrio peligroso para poder conseguir algo de marihuana, y cuando por fin llegué a casa me encontré con un escenario inverosímil. En el buzón de correos había una marca, una pequeña cruz hecha con un marcador negro. Nunca imaginé que llegado a este punto las cosas podían empeorar. La puerta estaba entreabierta, había huellas de pisadas extrañas y los muebles estaban todos fuera de lugar. El piso estaba cubierto con páginas de mis cuentos a medio escribir y faltaban algunos electrodomésticos. Desde el living se escuchaban sollozos, un mínimo llanto entrecortado. Adentro del baño Valeria estaba llorando, con la ropa rasgada, la cara hinchada y marcas de golpes en todo el cuerpo. Cuando me vio su primera reacción fue la de ocultar su rostro.


¡Me violaron! – Gritó – esos hijos de puta me violaron – me dijo y no me permitió tocarla.


Dejame ayudarte, por dios –le dije al verla humillada, indefensa y abatida - ¿Quién fue? ¿Qué pasó?


Cuatro hombres armados entraron esa noche en mi hogar y robaron el televisor, la computadora y algo de dinero que había en mi mesa de luz. Pero lo peor ocurrió cuando encontraron a mi mujer escondida dentro de un armario. La violaron brutalmente, los cuatro, varias veces. Le dejaron moretones en los ojos, le golpearon la cara y le dijeron “No mires, perra, o te vas a arrepentir”. Pusieron una pistola en su cabeza y la obligaron a hacer cosas degradantes. Usted lo sabe, leyó la declaración decenas de veces, de principio a fin buscando aquel indicio que nunca apareció.


Sin embargo el informe no dice todo lo que ocurrió, relata los hechos tangibles pero no permite comprender la angustia y la desesperación de una mujer que luchó por su vida ante cuatro hombres armados. Esta carta no alcanza para demostrar el miedo que paralizó a mi mujer cuando escuchó los ruidos. Pensó que era yo quien entraba a la casa y estaba decidida a retarme por la inesperada e injustificada ausencia del último día, hasta que vio a los ladrones y supo que algo terrible iba a ocurrir. La denuncia no describe el pánico, ni la deshonra, ni la impotencia. Yo puedo contarle la desazón que se apoderó de ella al darse cuenta de que no tenía forma de impedir el abuso, las repetidas penetraciones y los agravios que sufrió su cuerpo. Pocos hombres son suficientemente sensibles como para ponerse en la piel de otro, sino seríamos todos solidarios con los que no tienen qué comer o un lugar dónde dormir. Puedo asegurar que usted no comprende lo que Valeria tuvo que tolerar aquella noche. Aun así lo peor no fue el daño físico, sino el que provocaron en la mente de Valeria, que quedó perturbada para siempre. Nunca más iba a dejar la puerta sin llaves, o confiar en una simple cerradura, o sentirse cómoda en su piel denigrada. Por eso, estoy seguro, es que decidió quitarse la vida.


A usted lo conozco hace casi once meses, desde que comenzaron las investigaciones aquella misma noche, y aun así me atrevo a decir que comprendo su manera de pensar. Después de todo usted es un fiscal y procede como tal. Sé que utilizaron los medios usuales para indagar sobre el robo y nunca dieron con los objetos robados. También estoy al tanto de que nadie, ni siquiera los informantes que tienen en las calles, se enteraron del atraco. Según mi manera de verlo eso dice más de usted y de su equipo que de mí. Ante las evidencias expuestas cualquier indicio puede resolver el caso y reconozco que si yo fuera fiscal también hubiera contemplado su hipótesis. Es cierto, el arma que utilizó Valeria para quitarse la vida es la pistola que compré en Armería Castro, y también es cierto que yo tenía un motivo; la infidelidad. Pero déjeme decirle, para que lo tenga bien claro, que yo amo a mi esposa, siempre la amé y la seguí amando después de lo que me hizo. Hasta el día de hoy la sigo amando. Me conformo con que lo sepa, no pretendo que lo entienda, después de todo usted es un fiscal y razona como tal.


Hay algo adentro suyo, me gusta pensar que es debido a su profesión, que lo aleja de la realidad. Usted debería saber que la muerte, los accidentes y los robos no son comunes. Usted puede verlos de esa manera porque diariamente le toca resolver los casos importantes que ocurren en la ciudad, sin embargo para el resto de la gente sufrir un robo, aunque sea de un televisor o una libreta, es algo extraordinario. Es por gente como usted, que pretende minimizar y banalizar tales atrocidades,  que se permite que estos actos sean juzgados de otro modo, como algo corriente y por demás ordinario. Pues no lo es. Si esos cuatro hombres hubieran elegido la casa del vecino esta carta no existiría. Si yo hubiese ido directo a casa después de la sesión del psicólogo tal vez estaría muerto, o por lo menos hubiera recibido menuda golpiza. Pero esas son sólo conjeturas, nunca podremos comprobarlas porque el presente es único e irrepetible. Existe, eso sí, la revancha.


La venganza fue siempre un tema importante desde los comienzos de la civilización. En Grecia, Dracón dedicó profundas meditaciones al castigo del homicidio por venganza. Sus conclusiones, arduas y severas, son conocidas por todos. Fue Dracón quien decretó el fin de lo que había sido un modo de vida hasta entonces; abolió la venganza por sangre. Antes de eso las cuentas se arreglaban entre los damnificados y sus familias. Es como si yo hubiera asesinado al doctor por culparlo de la muerte de mi hija, cosa que estuve a punto de hacer. Gracias a Dracón y a las posteriores reformas de su código nosotros nacimos en el mundo de la legalidad. Estamos acostumbrados a que cuando nos golpean debemos recurrir a una autoridad. Y yo me pregunto ¿Qué pasa cuando la autoridad no está a la altura de las circunstancias? O peor aún, cuándo la persona que ejerce dicha potestad es provocadora de todo tipo de violencia, psicológica y física. ¿Qué se puede hacer en ese caso?


Hace casi un año perdí a mi familia. Muchas veces tuve ganas de vaciar el arma en contra de alguien, incluso en contra mío, pero las esperanzas de encontrar a los responsables pesaron más que los momentos de angustia. Por eso pasé todas las tardes afuera de su oficina anhelando un indicio, una prueba, o algo que me hiciera pensar que algún día los iba a localizar. Intenté seguir la investigación por mi cuenta pero siempre di con el mismo escollo; usted. Por un tiempo se mantuvo activo en mi causa y me dejó la impresión de que realmente quería esclarecer los hechos, hasta que no pudo sostener las falsas apariencias y mostró su verdadera personalidad. Imagine lo que sentí cuando me dijeron que yo era el principal sospechoso por inventar el robo y asesinar a mi mujer de manera que parezca un suicidio. Fue algo inaudito. Lo tomé como un insulto personal, aún sabiendo que las pruebas conspiraban en mi contra, porque yo sabía que no era capaz de cometer semejante delito. Sin embargo usted insistió tanto en ese punto que dejó de analizar el caso de manera objetiva. Es por eso que nunca dio con el paradero de los culpables, porque se concentró en culparme a mí y sacarse el expediente de encima sin tener que buscar al verdadero criminal. Qué cómodo de su parte. Todavía tengo fresco en mi memoria aquel encontronazo que tuvimos en su oficina cuando me acerqué para ver los avances de la investigación.


¿Qué hace usted aquí? – me preguntó de muy mala gana, apretando los puños para contener el enojo.


Espero novedades – le respondí - ¿Hay alguna?


Váyase de aquí Cortez, usted está imputado por el crimen y no puede, bajo ninguna circunstancia, tener acceso al expediente – me dijo acercándose de a poco hacía mi queriendo intimidarme – Vaya a dormir hombre, vamos, levántese – y me tomó del saco empujándome - Vaya a su casa. ¿Qué es lo que hace aquí? ¿Qué quiere que le diga? – me preguntó en tono sarcástico, y estuvo a punto de golpearme. Si no fuera porque uno de sus ayudantes logró calmarlo seguramente me hubiera pegado un puñetazo.


¿Qué quiere que le diga? ¿Fue acaso una broma? Quería que me dijera que estaba buscando a los culpables, que se había enterado de la venta de los electrodomésticos, o que por lo menos no había archivado el caso, pero lo último que quería escuchar era ¿Qué quiere que le diga?  Parece que la situación lo había superado, y a mí también.


Déjeme que yo le diga lo que a mi parecer ocurrió aquella noche en mi casa. Yo pienso que el robo fue planeado por la policía, y que fue orquestado con pleno consentimiento de un juez cercano al servicio penitenciario y, por supuesto, de un fiscal de peso. A mí me parece que la policía armó un escuadrón de asalto con internos del penal Boulogne Sur Mer. Gracias a los servicios del juez penitenciario y del fiscal obtuvieron los permisos para sacar a los reclusos en supuestas “salidas transitorias”. Varios sentenciados por homicidios cuentan con este privilegio, aunque la particularidad en este caso es que cada vez que salen de la cárcel lo hacen para cometer delitos para la policía.


¿Pero para qué quiere la policía un par de electrodomésticos y algo de dinero? Eso es lo de menos, esa es la recompensa que se llevan los presos por llevar a cabo el operativo. Seguramente los reclusos consiguieron un nuevo televisor para su pabellón y algo de dinero para comprar alcohol, tabaco y drogas. Pero la policía consigue algo mayor, consigue atormentar a la sociedad, consigue instalar la sensación de inseguridad que debe imperar en épocas pre-electorales, consigue amansar a las clases medias y bajas para que no se subleven. Consigue asustar a la gente y hacerles sentir que viven en una sociedad donde todo puede pasar, una sociedad en la que el día menos pensado puede alguien ingresar a una vivienda y tomar lo que le dé en gana, golpear a quien ose enfrentarlo, y contar con la complicidad de la policía para hacerlo en reiteradas ocasiones. El juez seguramente logre un ascenso a la suprema corte y el fiscal probablemente consiga algún puesto dentro del gobierno (secretario o vice-secretario de la cartera de seguridad, ministro tal vez ¿por qué no?). Todo esto orquestado por algún partido político que tiene un aparato político bastante aceitado. ¿Es inverosímil? Quizás ¿Imposible? No.

Seguir leyendo

bottom of page