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Capítulo Sexto

Creo que el asesinato de mi mujer fue un operativo que salió mal porque no contaban con la parte de la violación. Han cometido los asaltos en otras ocasiones sin ningún herido, sólo algunos daños materiales que no son tan relevantes, mucho menos para usted, cómplice del asalto. Pero en el caso de mi mujer algo falló. Hicieron la investigación pertinente, revisaron los horarios en que no había nadie en casa y ningún vecino que pudiera servir como testigo. Marcaron la fachada y lanzaron a su escuadrón al trabajo. Sin embargo no contaron con que esa noche Valeria regresaría a casa antes del horario usual porque su marido llevaba más de 24 horas desaparecido. No contaron además con que los presos fueran capaces de violar a la mujer que desafortunadamente se encontraba en el domicilio y pudo ver el rostro de los asaltantes. Muchos cabos sueltos.


El caso estaba encaminado al desastre total. Además de todo lo expuesto el marido de la mujer abusada era periodista del mayor medio gráfico de la ciudad, históricamente jefe de la sección de policiales. La prensa comienza el acoso y el partido político amenaza con lavarse las manos y dejar solos al juez, al fiscal y a todos los policías cómplices para que se las vean ellos mismos contra la justicia. Pero súbitamente la víctima se suicida con el arma del marido y todo parece volver al punto de equilibrio. Los presos que fallaron en el operativo son confinados en celdas aisladas por meses. El que decidió violar a la mujer es sorpresivamente asesinado en un motín. Reclutan otro grupo comando dentro del presidio, les muestran a los nuevos “agentes” lo que acaba de suceder con los que meten la pata y así como si nada están operando otra vez, con pleno apoyo del partido y su maquinaria.


En esta carta he sido sincero en todo y no me arrepiento, le he contado cosas que sabe muy poca gente. Me tomé la libertad de hacerlo para que valore el testimonio que aquí dejo como última acción que llevo a cabo. Sepa que lo que hice a modo de venganza fue inhumano, pero lo disfruté, lo gocé aun sabiendo que me costaría la vida. Merezco un castigo draconiano y esta vez seré mi propio juez y verdugo.


Escribo estas líneas finales y repaso mentalmente mis acciones. No me arrepiento de nada, sobre todo porque pensaba en usted y en su cara de incrédulo cuando se enterara de la noticia. Me gustaría verlo ahora que está llegando al final, pero eso ya no me importa, la venganza fue consumada. No fue un acto de locura espontánea, no fue un arrebato de furia lo que se apoderó de mí. En más de una ocasión quise tomar el arma y cometer alguna insensatez, pero siempre logré contenerme hasta que usted intentó golpearme dentro de la comisaría al grito de ¿Qué quiere que le diga? Después de eso lo único en lo que podía pensar era la manera de vengarme de usted.


Cuando los peritos lean esto, que es la evidencia más determinante, sabrán que me convertí en psicópata. Pero ¿pueden culparme? ¿Acaso lo generé yo mismo dentro de mi cabeza? ¿Fue una sucesión de tragedias que nublaron mi juicio? ¿O fue la provocación de un oficial de justicia soberbio y altanero? Un poco de todo, tal vez. Después de lo que viví en estos meses, tarde o temprano tenía que estallar.


Hay quienes dicen que el hombre es un ser malo por naturaleza y otros que definen al hombre como bueno, pero corrompido por la sociedad. Yo digo que ambas conjeturas son ciertas. El hombre es malo, quizá no en su totalidad. Unos lo demuestran más que otros, pero no hay nadie que carezca del germen de la maldad. Y eso, potenciado en un conjunto de hombres que comparten la misma esencia, en una sociedad de hombres intrínsecamente malos, los lleva irremediablemente a ser, sino siempre, en algún momento, pura maldad. En eso me convertí aquella tarde que tomé el revólver y me dirigí a su casa. ¿Qué quiere que le diga? Fue una reacción natural.


Usted estaba trabajando y no pensaba regresar hasta la medianoche. En su hogar estaban su mujer, su hijo y su suegra, que se mudó hace poco a vivir con ustedes. El vecindario estaba en penumbras debido a un corte de luz programado por la compañía eléctrica. No fue algo que contemplé dentro de mis planes pero sin dudas fue una ayuda. Me acerqué lo más que pude para ver si no había nadie más adentro de la casa y me quedé cerca de una ventana viendo a las dos mujeres preparar la cena a la luz de la vela. Estaban haciendo una sopa. No sé cuantos minutos demoré observándolas, pensando en la lejana posibilidad de volver a tener a mi familia una noche más. Pero no permití que la nostalgia me distrajera de mi propósito.


Cuando su suegra salió a la calle para arrojar la basura me asomé detrás de ella e impedí que cerrara la puerta, por eso no hay aberturas forzadas. La empujé hacia la mesa y la vieja tropezó con una silla para caer finalmente al piso. Su esposa me miró aterrada y soltó un grito que seguramente alarmó al barrio entero. Por fortuna en estos días a nadie le interesa lo que hacen los vecinos y rara vez uno se entera de lo que ocurre en la casa de al lado. De más está decirle que nadie vino a ver si pasaba algo. Entonces golpee a su mujer en la cara y le dije que se callara o los iba a matar a todos. Su hijo se orinó en los pantalones cuando me vio empujando a las mujeres hacia el lavadero. Le apunté con el arma y le indiqué que se metiera él también, pero sólo encerré bajo llave a la vieja y al niño. A su mujer le reservé un papel especial que cumplió a la perfección.


Le tape la boca con la blusa que tenía puesta, se la até por la nuca impidiendo que gritara con fuerza, y con una cuerda amarré sus manos por la espalda. El resto de la ropa se la corté con unas tijeras que encontré arriba de la mesa. Es una pena no haber filmado la escena, pero se lo repito, su mujer estuvo sensacional. Hice con ella lo que nunca había hecho con otra mujer. Me porte mal, muy mal, lo sé. Pero lo disfruté, sí que lo disfruté. Que cuerpo que tenía su mujer, exuberante, firme, diferente a todas las anteriores. Y además sabe acatar órdenes. Con ella me demoré casi una hora. Le tiré de los pelos hasta arrancárselos, la arrastré por toda la planta baja, improvisé con algunos objetos que encontré por ahí y me dejé llevar por la euforia del momento.


Terminó empapada de sudor, lágrimas y sangre. Casi no se podía mover y su mirada, una mezcla de pena y sufrimiento, fue el gesto que me hizo saber que la venganza estaba consumada. Entonces le pegué un solo tiro en la cabeza y murió al instante. Luego fui hasta el lavadero y le disparé al niño y a la vieja. No reparé demasiado en ellos, tan sólo un balazo a cada uno y volví a cerrar la puerta con llave. Supuse que el ruido había llamado la atención de todo el vecindario así que no me demoré en salir de ahí evitando los lugares abiertos.


Nunca más volví a mi casa, tomé mi auto y un bolso que tenía preparado para la ocasión y me fui a un hotel al costado de la ruta en las afueras de la ciudad. Desde ese día estoy encerrado en mi cuarto escribiendo esta carta que me ha tomado más tiempo de lo esperado. Cuando lea estas palabras yo estaré muerto, averiguando si  hay algo más allá de este infierno. Lo hago sólo para impedir que usted tenga una manera de devolverme el agravio. Le deseo muchos años de agonía y culpa. Sepa que usted provocó esto y pudo haberlo evitado. Conocí mucha gente que lo odia y quiso hacer lo mismo que yo pero ninguno pudo porque tenían hijos, o por simple cobardía.


Tenga presente que es usted quien debería impartir justicia, y en contrapartida sólo genera caos y violencia al evadir sus responsabilidades y permitir una institución corrupta. Mientras esta sociedad sea manejada por personas como usted, siempre habrá sujetos como yo, como los que violaron a mi mujer, porque nada más podemos esperar de esta sociedad que es reflejo de lo que somos por dentro; en parte buenos y en gran parte malos.





FIN

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