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Sobre la distancia que nos separa de las personas

La distancia más obvia es la física, la que se mide por el sistema métrico o alguna otra referencia. Madrid, por ejemplo, está a un océano de distancia. Buenos Aires, al otro lado del país. San José, a tres barrios de mi casa. La fiesta de esta noche, a dos cuadras. La distancia física nos impide estar en el mismo lugar con una persona pero gracias a las videollamadas, al chat telefónico y las redes sociales, puede recortarse. De esta manera, todas aquellas personas que están lejos pueden participar de las aventuras, los problemas y las dudas. Sin embargo es imposible compartir un vaso de vino o una tarde al sol. Ahí es cuando se siente el océano de distancia calando hondo en el pecho.



 

Otro tipo de separación es la distancia ideológica, que muy poco tiene que ver con lo político ya que todos sabemos que los políticos no defienden ideologías sino negocios. La distancia ideológica tiene que ver más con lo ético. Son los valores los que nos hace diferenciarnos de las personas. No es lo mismo ser amigo de un mentiroso o de un estafador. He mentido y he estafado, no estoy orgulloso de ello, pero gracias a eso aprendí lo que quiero ser y de quiénes me quiero rodear. Como intento ser un hombre honesto y sensato, la distancia que me separa del resto del mundo es bastante grande.

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La distancia generacional está marcada por el contexto en el que nació y se crió una persona. Hay fenómenos muy grandes que es imposible dejar de lado como la Gran Depresión, la Guerra Civil Española, las dictaduras en Latinoamérica o el nacimiento de Internet. Unos conocen el valor de tener un plato en la mesa, ya sea mondongo o una costilla de res. Otros dan por sentado que a la hora de comer habrá algo a lo que hincarle el diente. Los más pequeños no conciben un mundo sin computadoras o teléfonos celulares. Cuando quieren saber algo lo buscan en google, quieren llamar a alguien y los buscan en su móvil. Esta distancia es diferenciadora pero no es una barrera, como la distancia ideológica. Además, es una distancia de la que se puede aprender. En el trabajo, sin embargo, es una distancia que genera conflictos.



 

Cualquiera que haya viajado o vivido afuera de su país sabe lo que significa la distancia de las costumbres y las tradiciones. No es lo mismo saludar a la gente en Alemania que en Argentina. Tampoco es lo mismo el carnaval en Venecia que en Brasil o Bolivia. Más allá de himnos, escudos e insignias, las costumbres son cosas que nos identifican y nos hacen sentir que pertenecemos a cierta cultura. Compartir un mate es mucho más que tomar una media tarde. Comer un asado es mucho más que sentarse en una mesa.



La distancia de clases sociales es la razón por la cual existen barrios y colegios privados, bares con derechos de admisión, restaurantes caros y hoteles cinco estrellas. Es una barrera claramente establecida a través de la propiedad privada que las clases más altas se esmeran en mantener y perfeccionar. La ropa, el medio de transporte, la educación, el barrio. Todo es un diferenciador de clases. En general son los de clase alta quienes evitan mezclarse y que sus hijos se relacionen con los demás. Los más obtusos no pueden diferenciar entre nivel de consumo y calidad de vida, y se pasan la vida trabajando para pertenecer a una clase social más alta, olvidándose de vivir la vida.



 

La distancia que nos aleja de los seres queridos es ambigua. No podemos verlos todos los días y tampoco podemos llegar a casa y compartir la cena mientras contamos los vaivenes del día. Sin embargo, están todo el tiempo, porque todo lo que nos rodea nos recuerda a ellos. Son la melodía que tarareamos en la cabeza el día entero, la foto que miramos, el perfume que más nos gusta. Son las letras que escribimos, y de esa manera están y los llevamos con nosotros a todos lados, sin importar la distancia que hoy nos separa.



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