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Yo como el sol.

A estas horas el sol debe estar en Asia, o en Oceanía seguramente. Aquí, bajo una luna ciega, un hombre de profundas arrugas que parecen cicatrices duerme incómodo sobre las baldosas rotas de la vereda. No es una noche fría pero sus manos curtidas por el polvo y el asfalto se aferran a una manta deshilachada. Se desvela pensando por qué tiene que dormir en la calle si hizo lo posible por tener una vida mejor. Él sabe que en la ruleta de la vida su número nunca sale.


No muy lejos de la esquina donde duerme el vagabundo vive un juez calvo que también tiene problemas de sueño, aunque él no sufre la rigidez del piso ni se preocupa por el dinero. Al juez lo atormenta la conciencia, por haber encubierto culpables, por haber encarcelado inocentes, por dejar impune a los torturadores. Sólo el insomnio hermana al juez y al vagabundo, porque no tienen nada más en común.


Hay muchas otras almas que sufren esta noche, por haber perdido sueños, por haber perdido a quiénes aman. Una mujer, que no hace mucho era una niña, vive amenazada en una habitación vendiendo sus besos y sus caricias. Su madre la sueña cada vez que cierra los ojos y vuelve a despertarse para rezarle al cielo que alguien la encuentre, que alguien se la devuelva. Esta madre no sabe que el lupanar donde está encerrada su hija es el favorito de un político influyente.


Inmóvil, con la mirada fija en el techo pero perdida en el infinito, un joven imagina que puede volver a caminar, correr y saltar. Una bala que todavía está entre su quinta y sexta vértebra quiso que pasara el resto de sus días postrado en un catre. El sujeto que disparó el arma durmió tres años en la cárcel pero ahora trabaja de agente de seguridad de un local nocturno; No se imagina cómo es la vida sin poder bailar.


Una mujer llora encerrada en el baño, con el grifo abierto para que sus hijos y su marido no la  escuchen. Siente un profundo dolor dentro de su pecho. No es el cáncer que no supo detectar a tiempo, es porque sabe que tiene las lunas contadas y no podrá ver a sus varoncitos convertirse en hombres. No estará en sus bodas, con suerte estará con ellos hasta que llegue el invierno.


También hay un hombre, bajo esta luna sincera, que sufre por no poder sufrir. Este hombre conoce al vagabundo que duerme en la calle, pero no siente piedad por él y tampoco tiene simpatía por los que rezan, los que venden su integridad, los que asesinan, los que roban, los que mienten o los enfermos. Es un hombre vacío y por eso sufre y se queja. Este hombre está tan lejos de los demás como ahora el sol, y lo peor de todo es que acá, en Mendoza, hay cientos de miles iguales a él, iguales a este egocéntrico sol para quiénes no somos nada.

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